(Y ATERRIZAJE)
Me acerco a Vicuña Mackenna con Américo Vespucio y antes de cruzar la intersección de esas grandes avenidas, por donde hoy, que es festivo, circulan pocos autos, veo un letrero rojo con letras blancas, acompañado del símbolo de Coca Cola que me indica el lugar. Afuera hay estacionadas dos bicicletas destartaladas, sin candado ni cadena que las proteja. Seguramente son de los habituales clientes de la quinta de recreo. Adentro y detrás de una antigua registradora que apenas funciona, y que sólo la utilizan para guardar las monedas, está la señora Fredesvinda del Carmen tomando una pepsi en una botella de vidrio de 500cc. Le sonríe a la vida y a su antro querido. Su pelo rizo teñido rubio oculta unas canas que se asoman traicioneras al igual que una que otra arruga, escondida a la perfección gracias al maquillaje. No pasa lo mismo con los hombres que están sentados en mesas distantes; sus caras parecen un desierto seco y solitario. Sin embargo, humectan la sequía con un pipeño, que les cuesta $450 o con un combinado a luca. Hay otros que acompañan sus cansados cuerpos con una empanda de pino y sólo gastan $500.
-Amigo, yo lo acompaño para afuera- le dice el mozo a un cliente tranquilo, pero que se le doblan las piernas.
Ándate, cabrito, se escucha desde una mesa de la esquina y cerca de la puerta, donde Manuel y “El Calderón” ríen, toman vino tinto 120 y se miran cómplices.
-Después se cae, amigo, y se rompe la nariz- le explica el mozo al curadito. Lo saca del lugar y cuando se incorpora satisfecho, ya que Fredesvinda no acepta gallos ata’osos en el local, uno de los compadres le dice: “¿Cuánta plata le secaste, huevón?” y el mozo saca de los bolsillos un turro de billetes, lo muestra sonriente y Calderón agrega, “¡Quizás cuánto me sacai’ a mí cuando me tome otra cañita po’! y luego todos los clientes ríen en conjunto.
Al rato, por la calle Américo Vespucio, aparece un furgón de Carabineros. Nadie se da cuenta hasta que el gordo Lucho Barrios(un doble), apunta con el dedo hacia fuera y sale en ayuda de su amigo. La policía entra. Los hombres calman sus risas y un silencio tenso se vuelve protagonista. Fredesvinda entrega su carnet de identidad segura, sabiendo que el local tiene los papeles al día y cuenta con permiso para vender alcohol. Al curado, el mismo que el mozo sacó, los Carabineros sólo le pidieron los datos y Lucho Barrios le cuenta al Calderón que se lo van a llevar a la casa.
"Uff, menos mal", se escucha entre la multitud.
La fiesta sigue. La poca iluminación hace que el lugar sea sombrío, pero ameno, porque los clientes están en familia. Hace casi 40 años que todos van para allá y el bar existe hace 56. Allá no van desconocidos. Se juntan los mismos de siempre: el Lucho Barrios, el Calderón, Manuel, Tito y el Memo, entre otros que hoy no estaban. Algunos van porque trabajan cerca y otros llegan sólo los fines de semana.
No hay música en el restaurante, pero sí una tele gigante (sobre un mueble muy alto) que armoniza el lugar, aunque sea con una teleserie cebolla de Chilevisión a las 3 de la tarde. Debajo hay un espejo con los precios: pernil, chuleta, carne y pollo con agregado a $1.300; Sandwich’s desde $700 hasta $2.000. También empanadas de queso y pino. Además de la típica y siempre bien preferida cazuela de carne. Al lado derecho, el baño de mujeres. Fatal. No tiene mal olor, sólo es un poco grosero. La tasa del WC ya no puede más del sarro. Un tubo largo la une con el estanque de plástico, cuya cadena es una pitilla roja unida a un clavo oxidado. No hay espejo y la llave del lavamanos gotea incesante. Tampoco confort y menos un basurero para éste y eso que era de el de mujeres.
Las paredes de madera son mitad amarillas, mitad azules. Una escalera que cruje me lleva al “salón de eventos”, el que arriendan para bautizos y matrimonios. Es chico y, al igual que abajo, hay mesas blancas de madera cubiertas de melamina, con sillas verdes con el logo de cerveza Cristal y otras con el de Coca Cola. En el primer piso, unos cuadros de la Estación Central y Valparaíso, acompañan un colage de fotografías, donde aparece el Lucho Barrios, junto a Fresdesvinda y su fallecido esposo “el negro bueno”.
-Oye, Calderón, préstame una luca pa’ comprarme un pipeño- exclama Memo.
-Chaaa, no tengo ni uno. Además, con los dos que me tomé quedé hablando en inglés. Busca en los bolsillos de tela de su pantalón y no encuentra. Levanta sus canosas y peludas cejas al mismo tiempo que sus manos y luego agrega: solamente tengo pa’ pagar este vino, huevón. Busca en su bolso y deja las monedas justas sobre la mesa de la esquina, donde ya no estaba su compadre. Se para. Se tambalea. Se despide en voz alta de todos y agarra una de las bicicletas de afuera. Emprende viaje seguro. Confiado. Resignado. Curado.
1 comentario:
Hola amiga que grato es haber leido la cronica del "negro bueno" ya me habian hablado de este mitico lugar, me gustaria saber si estas dispuesta a escribir esta nota quizas un poco mas simplificada en otro espacio... dedicado a rescatar estos lugares, dentro de mis tareas estaba visitar este lugar y sacar las mayores imprecsiones, pero veo que ya tiene su biografa, no se pero te agradeceria alguna respuesta...chao...mi correo es rojacero@gmail.com
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